sábado, 5 de septiembre de 2015

Ese niño

OPINION »
Ese niño
La familia de Aylan huía de un genocidio. Ese éxodo dramático demuestra que Europa tiene dos problemas y sólo mira uno
Ignacio camacho
Muchas fotos han cambiado la Historia. La de la niña vietnamita abrasada por el napalm, la de aquel bebé de cabeza hinchada al que miraba un buitre en un campamento de África. Imágenes conmovedoras, simbólicas, crueles, capaces de sacudir conciencias y agitar opiniones públicas. La de ese niño ahogado en una playa de Turquía ha conseguido alterar en 24 horas el estado moral de un continente acomodado. Porque tiene la propiedad de condensar toda la intensidad del drama migratorio. Porque su fuerza emocional se impone sobre la casuística de los cupos y de las leyes de acogida. Porque traslada su crudísima, patética realidad envuelta en una pátina de compasión y ternura. Porque nos duele, nos impresiona y nos concierne. Pero también nos interpela sobre una realidad más compleja que la que sugiere la vivificante respuesta de esta ola de humanismo. Esa foto, su enorme repercusión mediática, social y hasta política, demuestra que Europa tiene dos problemas y sólo mira uno.
Aylan Kurdi, el niño ahogado, venía de Kobane, una ciudad kurdosiria asediada durante seis meses por Estado Islámico. Y ese trayecto frustrado hacia la costa griega es el testimonio de un éxodo masivo, de una fuga gigantesca provocada por la mayor barbarie de este siglo. Una tragedia que Occidente ha preferido ignorar por no involucrarse en un avispero maldito. Ese absentismo tiene consecuencias, y son cientos de miles de personas empujadas a escapar del infierno, manipuladas por mafias de traficantes de seres humanos que cobran mil euros por víctima para embarcarlos en la travesía de la muerte. La familia Kurdi los pagó: eran seis y se ahogaron cuatro.
Ante el cadáver de Aylan, Europa se pregunta por qué los refugiados no pueden entrar, y hace bien. Pero hay que preguntarse también por qué se ven obligados a salir, y esa respuesta que sesgamos es tan incómoda como la primera. Por simple humanidad resulta una necesidad inmediata e imperiosa dar amparo a los que llegan. Su hacinamiento es nuestro fracaso y su muerte, nuestra vergüenza. Pero su desesperación y su miedo son asimismo nuestra responsabilidad. Y es menester afrontarla con idéntico sentimiento de culpa.
Para no equivocarse de enemigo, esos soldados que protegen las fronteras hay que desplegarlos en la estabilización urgente de Siria, Irak y Libia. La presión fronteriza es la consecuencia del problema; el origen es el genocidio que Europa ha tolerado cruzando los brazos que ahora no sabe cómo abrir. El islamismo utiliza el éxodo como arma de guerra y no será con éticas indoloras como podremos impedirlo. Tal vez quepa discutir si los miles de aylans tienen derecho a compartir nuestra tierra pero es seguro que los asiste el de vivir en la suya. Se lo estamos negando por cobardía colectiva. Autoengañándonos con el remordido debate de la solidaridad porque es más fácil reunir dinero que encontrar coraje.
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